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El atractivo de Venus
Para explicar la creciente diferencia entre Estados Unidos y Europa, Robert Kagan, en su libro Poder y debilidad, sugiere que los norteamericanos pueden equipararse a Marte, el dios de la guerra, mientras que los europeos recuerdan a Venus. Kagan no se detiene ahí, pues afirma también que en el mundo peligroso de hoy es mejor ser Marte que Venus, y aplicar la violencia sin vacilación contra dictadores y Estados canallas.
Este enfoque de las relaciones internacionales está muy descaminado, como demuestran las reacciones del mundo exterior ante las dos potencias transatlánticas. Al tiempo que la imagen de Estados Unidos en la opinión pública mundial ha descendido vertiginosamente durante los últimos años, la Unión Europea es percibida como un polo de estabilidad que ejerce una influencia positiva sobre su entorno y más allá. Las políticas de Marte provocan miedo y oposición; las actitudes de Venus seducen y generan simpatía.
La atracción de la Unión Europea es palpable en tres círculos. Empezando por sus vecinos, el deseo de participar en el proyecto europeo se deja sentir en los Balcanes. En Turquía, la perspectiva de la adhesión está transformando la sociedad y la política de manera espectacular. Durante la revolución democrática vivida en Ucrania en diciembre pasado, el campo naranja no dejaba de agitar banderas europeas. Pero en ninguno de estos casos la UE compite por establecer una esfera propia de poder. La atracción que sienten los vecinos es genuina, basada en la elección democrática. Como Javier Solana ha subrayado recientemente, el cambio en Ucrania es una oportunidad para mejorar el entendimiento entre la UE, Rusia y Ucrania. Si Turquía entra en la Unión, la idea no es extraer el máximo partido posible de Oriente Medio sino, más bien, contribuir a pacificar esa región.
Observando la forma que está adquiriendo este primer círculo, España, y los otros Estados mediterráneos de la UE deberían comprender que es crucial asociar estrechamente al Magreb en su conjunto al proyecto europeo, por lo que deberían incitar a la Unión a promover de manera prioritaria la modernización y la integración sub-regional de Argelia, Marruecos y Túnez. Junto a la Unión actual de 450 millones de habitantes, las próximas ampliaciones y la integración o asociación de Turquía, Ucrania (y del Magreb) a medio plazo conducirán a una alianza democrática de 700 millones de almas en torno a la UE. Sería un error histórico aceptar que esa Unión extendida termina en Algeciras.
La Unión Europea tiene otro atractivo distinto pero no menos relevante en un círculo más amplio, puesto que desde todas las regiones del mundo se mira la integración europea como un ejemplo que imitar. En África, América Latina y Asia existen organizaciones regionales que persiguen mercados comunes o la cooperación entre los Estados para fines diversos. Todos ellos reconocen que, tras siglos de guerras fraticidas, en los últimos cincuenta años los europeos han sabido encontrar la fórmula para asegurar la reconciliación y el crecimiento económico. La Unión es el único actor global que tiene la experiencia y el know-how necesario para ayudar a otros continentes a desarrollar vías de construcción regional.
El tercer círculo donde el método europeo tiene atractivo está más cerca: es el interior de la Unión. No es lugar aquí para recordar los efectos económicos provechosos del libre comercio o la solidaridad. No es preciso tampoco detenerse en la importancia para los europeos de la calidad de vida, la intervención del Estado, los derechos humanos, la diversidad cultural y la tolerancia, que ha descrito bien Jeremy Rifkin en su libro El sueño europeo. Es más interesante volver la vista hacia el problema político más profundo de Europa: la frágil línea divisoria entre la guerra y la paz. La integración del continente ha transformado los nacionalismos tradicionales que tanto mal hicieron a sus habitantes, de manera que la mayoría de los ciudadanos europeos necesitan a la Unión Europea para complementar a los antiguos nacionalismos. Hoy tiende a olvidarse que los nacionalismos más potentes, los más antiguos y virulentos han sido el alemán, español, francés, inglés, etc. (por orden alfabético) que hoy se encuentran atemperados y reinterpretados en el seno de la Unión. Otros nacionalismos, con una trayectoria distinta, como el albanés, croata, eslovaco, serbio, etc., han corrido diversa suerte en los últimos años. La lección más importante de la experiencia europea reciente es que el resurgimiento de nacionalismos excluyentes presenta el riesgo de atravesar esa fina línea que separa la paz y la guerra. La Unión Europea constituye el intento histórico más acabado de integrar a las diversas identidades y darles un nuevo horizonte político, excluyendo la violencia.
Marte y Venus se comportan de manera distinta en la escena internacional. En un mundo ideal, el hecho de que los dos actores comparten principios y valores básicos, debería permitir combinar la fuerza de Marte y el atractivo de Venus para realizar fines comunes, como la expansión de la democracia y el respeto de los derechos humanos. Sin embargo, la relación es más difícil si los intereses se acentúan y aquellos principios se relegan. En este caso, los europeos adquieren una gran responsabilidad histórica frente a tareas globales inexcusables, desde la protección del medio ambiente a la gestión de crisis o la lucha contra la pobreza.
Por el momento, la Unión Europea sigue afirmando su papel internacional. Una de las grandes ventajas del proyecto de Constitución que los españoles votamos el 20 de febrero es que consolida la posición de la UE como actor global. Los 25 Estados miembros seguirán teniendo sus propias políticas exteriores pero, además, compartirán una política exterior y de seguridad común que les permitirá emprender iniciativas lejos de su alcance si actuaran solos. El artículo central del proyecto de Constitución (artículo I-3), donde se establecen los objetivos de la Unión, deja claro que éstos se enmarcan en el compromiso europeo de contribuir a la paz, la seguridad y el desarrollo sostenible del planeta.
Es importante que los ciudadanos europeos, especialmente los más jóvenes, recuerden que el logro que representa la Unión Europea se ha conseguido tras siglos de penalidades y violencia. La pervivencia de este nuevo actor global no puede darse por supuesta, sino que depende de nuestro compromiso constante con el proyecto histórico europeo. Esta Venus no ha nacido del capricho. Lo que no cuenta la metáfora mitológica del comienzo es que esta Venus, que ha sido antes guerrera, viajera y a veces un poco ruin, es una señora de edad respetable, más atractiva por su experiencia y sabiduría que por su belleza.